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domingo, 12 de enero de 2014

¿POR QUÉ DEJAMOS MADRID PARA VENIRNOS A VIVIR AQUÍ?

Nuestro pueblo

Una de las cosas que más me gustan de vivir en esta pequeña aldea de Asturias es la paz que se respira en este lugar. Lo cierto es que, entre semana, apenas se ve un alma por el pueblo. Tengo unos amigos, vecinos de aquí de toda la vida, que se compraron un piso en Oviedo para irse a vivir allí la mayor parte del año, porque empezó a agobiarles tanta tranquilidad. Ellos suelen contarme anécdotas de su infancia y juventud, cuando las casas de esta aldea estaban llenas de familias numerosas, tiempos pasados en los que mirabas a tu alrededor y veías por doquier huertas cultivadas y ganado pastando por el monte. Sin embargo, actualmente solo hay un par de vecinos con ganado, que es el encargado de comerse la hierba de los prados que antaño sirvieron de huertas para dar de comer a tanta gente.

Llegando al pueblo

Yo llevo aquí ya trece años. En este tiempo he sido testigo del derrumbamiento de casas y hórreos viejos; se han construido cuatro viviendas nuevas, entre ellas la nuestra; se han arreglado otras tantas que sirven, en su mayoría, para que sus dueños vengan solamente a pasar unos días en vacaciones; y he visto morir a los habitantes más ancianos del lugar, hombres y mujeres que reflejaban en su mirada la dureza de los tiempos que les había tocado vivir.
Supongo que, los que hemos elegido este lugar para quedarnos, nos enamoramos precisamente de la tranquilidad que encontramos aquí. Pero nuestra vida ya no gira en torno a las huertas y los animales, como la de los vecinos de antes. Los nuevos habitantes tenemos nuestro trabajo fuera y, al terminar la jornada laboral, estamos deseando regresar a nuestro remanso de paz. 

Casas del pueblo

Así que lo que para unos es una desgracia, para otros es una bendición. Mi amiga y su marido se aburren con tanta tranquilidad. Sin embargo, mi marido y yo, que llegamos aquí huyendo de la ajetreada vida de una gran ciudad como Madrid, somos felices de poder pasear solos, acompañados de nuestros perros; de tener nuestro terreno donde pasamos las horas arreglando nuestras plantas, o sentados en silencio contemplando el paisaje; de tener a nuestras ovejas que nos limpian el terreno más escarpado como si fuesen la mejor de las cortacésped; y de tener a nuestras gallinas que se pasan el día correteando por el terreno comiendo bichos y escarbando la tierra, y que cada mañana nos regalan unos estupendos huevos que a veces, cuando juntamos unos cuantos, intercambiamos con otra vecina a cambio de alguna de sus lechugas que, no sé porqué, siempre le salen más grandes y más hermosas que las de nuestra huerta

Nuestras gallinas por el prado

Los viejos del lugar no entienden que no matemos a nuestros animales para comernos su carne. Se ríen de nosotros cuando se enteran que lloramos la muerte de nuestras gallinas más viejas. Me parece estar escuchándoles decir por lo bajo: “Esta gente de ciudad, qué raros son, no saben lo que es vivir en el campo… no tienen estómago para esto”. Y tienen razón… nunca sabremos plantar una lechuga como lo hacen ellos, por mucho que parezca que lo hacemos igual.

Caminado por el bosque cerca de casa

En cualquier caso lo que si sabemos es apreciar la mayor riqueza que tiene este lugar, que no es otra cosa que la energía que desprende la naturaleza, que se encarga cada día, de forma sutil pero profunda, de cuidar de nuestra salud física y emocional, ayudándonos a ser personas más equilibradas y felices.  Esta es la misma energía que siempre estuvo cuidando de nuestros vecinos y de todos los que vivieron aquí antes que ellos a lo largo del tiempo. La misma que seguirán desfrutando, por fortuna, los que vendrán después, cuando nosotros ya no estemos…

Esa soy yo delante de mi casa

¿Qué por qué dejamos Madrid y nos vinimos a vivir aquí? Creo que ya te he respondido.


Juana D. Martínez




3 comentarios:

  1. Hola, amiguina: Escribí un largo comentario desde el móvil, y me desapareció al publicarlo.
    Más o menos te contaba, que ese lugar está lleno de magia. Que las gallinas y todos los animales, son parte de la familia cunado convives con ellos. Particularmente pienso como tú. Jamás mataría a ninguno. Pero otra cosa, son las necesidades, y la costumbre. Si naces viendo matar gallinas, las matarás.
    Me gusta mucho como escribes. Como vas estructurando el contenido. Lo haces pausadamente, como eres tú. Reflejas muy bien tu personalidad, en cada letra.
    Besinos,

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  2. Me alegra mucho por ti y tu marido. Vivir así es uno de mis planes a futuro. Ya sé a quién consultaré. Je, je. Un fuerte abrazo

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  3. Gracias Celia y Susy por vuestros comentarios. Un abrazo a las dos.

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