Nuestro pueblo |
Una de las
cosas que más me gustan de vivir en esta pequeña aldea de Asturias es la paz
que se respira en este lugar. Lo cierto es que, entre semana, apenas se ve un
alma por el pueblo. Tengo unos amigos, vecinos de aquí de toda la vida, que se
compraron un piso en Oviedo para irse a vivir allí la mayor parte del año, porque
empezó a agobiarles tanta tranquilidad. Ellos suelen contarme anécdotas de su
infancia y juventud, cuando las casas de esta aldea estaban llenas de familias
numerosas, tiempos pasados en los que mirabas a tu alrededor y veías por
doquier huertas cultivadas y ganado pastando por el monte. Sin embargo,
actualmente solo hay un par de vecinos con ganado, que es el encargado de comerse
la hierba de los prados que antaño sirvieron de huertas para dar de comer a
tanta gente.
Llegando al pueblo |
Yo llevo aquí
ya trece años. En este tiempo he sido testigo del derrumbamiento de casas y
hórreos viejos; se han construido cuatro viviendas nuevas, entre ellas la
nuestra; se han arreglado otras tantas que sirven, en su mayoría, para que sus
dueños vengan solamente a pasar unos días en vacaciones; y he visto morir a los
habitantes más ancianos del lugar, hombres y mujeres que reflejaban en su mirada
la dureza de los tiempos que les había tocado vivir.
Supongo que,
los que hemos elegido este lugar para quedarnos, nos enamoramos precisamente de
la tranquilidad que encontramos aquí. Pero nuestra vida ya no gira en torno a
las huertas y los animales, como la de los vecinos de antes. Los nuevos
habitantes tenemos nuestro trabajo fuera y, al terminar la jornada laboral, estamos
deseando regresar a nuestro remanso de paz.
Casas del pueblo |
Así que lo
que para unos es una desgracia, para otros es una bendición. Mi amiga y su
marido se aburren con tanta tranquilidad. Sin embargo, mi marido y yo, que llegamos
aquí huyendo de la ajetreada vida de una gran ciudad como Madrid, somos felices
de poder pasear solos, acompañados de nuestros perros; de tener nuestro terreno
donde pasamos las horas arreglando nuestras plantas, o sentados en silencio
contemplando el paisaje; de tener a nuestras ovejas que nos limpian el terreno
más escarpado como si fuesen la mejor de las cortacésped; y de tener a nuestras
gallinas que se pasan el día correteando por el terreno comiendo bichos y escarbando
la tierra, y que cada mañana nos regalan unos estupendos huevos que a veces, cuando
juntamos unos cuantos, intercambiamos con otra vecina a cambio de alguna de sus
lechugas que, no sé porqué, siempre le salen más grandes y más hermosas que las
de nuestra huerta
Nuestras gallinas por el prado |
Los viejos
del lugar no entienden que no matemos a nuestros animales para comernos su
carne. Se ríen de nosotros cuando se enteran que lloramos la muerte de nuestras
gallinas más viejas. Me parece estar escuchándoles decir por lo bajo: “Esta
gente de ciudad, qué raros son, no saben lo que es vivir en el campo… no tienen
estómago para esto”. Y tienen razón… nunca sabremos plantar una lechuga como lo
hacen ellos, por mucho que parezca que lo hacemos igual.
Caminado por el bosque cerca de casa |
En cualquier
caso lo que si sabemos es apreciar la mayor riqueza que tiene este lugar, que
no es otra cosa que la energía que desprende la naturaleza, que se encarga cada
día, de forma sutil pero profunda, de cuidar de nuestra salud física y emocional,
ayudándonos a ser personas más equilibradas y felices. Esta es la misma energía que siempre estuvo
cuidando de nuestros vecinos y de todos los que vivieron aquí antes que ellos a
lo largo del tiempo. La misma que seguirán desfrutando, por fortuna, los que
vendrán después, cuando nosotros ya no estemos…
Esa soy yo delante de mi casa |
¿Qué por qué dejamos
Madrid y nos vinimos a vivir aquí? Creo que ya te he respondido.
Juana D. Martínez
Hola, amiguina: Escribí un largo comentario desde el móvil, y me desapareció al publicarlo.
ResponderEliminarMás o menos te contaba, que ese lugar está lleno de magia. Que las gallinas y todos los animales, son parte de la familia cunado convives con ellos. Particularmente pienso como tú. Jamás mataría a ninguno. Pero otra cosa, son las necesidades, y la costumbre. Si naces viendo matar gallinas, las matarás.
Me gusta mucho como escribes. Como vas estructurando el contenido. Lo haces pausadamente, como eres tú. Reflejas muy bien tu personalidad, en cada letra.
Besinos,
Me alegra mucho por ti y tu marido. Vivir así es uno de mis planes a futuro. Ya sé a quién consultaré. Je, je. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarGracias Celia y Susy por vuestros comentarios. Un abrazo a las dos.
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