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lunes, 17 de marzo de 2014

TE CUENTO: Sobre el Tíbet en mi novela


Algunas personas, después de leer el libro y ver que uno de los personajes más importantes de la novela era un lama tibetano, me preguntaron si yo era budista. No soy ni budista ni de ninguna religión, pero respeto todas las religiones y creencias porque creo firmemente en la libertad de cada persona para expresar su espiritualidad como mejor le parezca, siempre y cuando esa expresión no implique imponer sus creencias a los demás.

He querido reflejar en el libro la singularidad de los tibetanos, aprovechado su carácter espiritual para introducir a los lectores en el aspecto más mágico y espiritual de mi novela.

En la segunda parte de “La eterna travesía del alma” cuento la historia del Levantamiento Nacional del pueblo tibetano en el año 1959, cuando intentaron expulsar de su país a los chinos, que llevaban en el Tíbet desde que lo invadieran en octubre de 1950.

Tenzing, uno de los personajes principales de la novela, nace durante aquella revuelta, lo que me ha permitido contar un poco sobre la historia del Levantamiento, la huida del Dalai Lama a la India, y la situación que tuvieron que vivir los exiliados tibetanos en los campos de refugiados, hasta que el Gobierno de la India les cedió unos terrenos donde poder establecerse definitivamente en el exilio. 
Palden Gyatso

La historia de Palden Gyatso, que cuento en el libro, es verídica. Este monje tibetano fue encarcelado cuando tenía veintiocho años. Su delito fue haber participado en las manifestaciones previas la revuelta tibetana de 1959. Por esa sola razón pasó más de treinta años en prisión.

Amnistía Internacional, tras enterarse de su caso, decidieron adoptarle como preso de conciencia. Un grupo de Amnistía de Italia estuvo escribiendo a las autoridades chinas desde 1983, intercediendo por el monje durante nueve años, hasta que se produjo su liberación en 1992, cuando Palden contaba con sesenta años.

El monje terminó huyendo del Tíbet, al poco de ser liberado. A partir de entonces se dedicó a recorrer el mundo para dar a conocer la situación de su pueblo. En 1995 se convirtió en el primer tibetano que habló ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, contando las torturas sistemáticas contra los presos políticos tibetanos.

 En el año 2008, Jigme Sangpo Takna, un antiguo compañero de cárcel de Palden, hablaría también ante la Comisión de Naciones Unidas. Este hombre pasó 37 años en prisión. Su delito fue el de ser profesor de historia tibetana y gritar consignas por un Tíbet libre.

En la cárcel de Drapchi, donde estuvieron encerrados tanto Palden como Jigme, también había una sección de mujeres, en la que convivían las presas políticas con las presas comunes. Por lo general el delito que las llevaba a terminar allí solía ser el de haber participado en manifestaciones en Lhasa, pidiendo la independencia del Tíbet.

Ani Panchen
Una de las mujeres que pasó por esa prisión fue Ani Panchen, encarcelada en 1960 cuando tenía 25 años. Fue liberada en enero de 1981 tras haber pasado 21 años encerrada. Ella lo cuenta así: “Cuando me arrestaron, me ataron de pies y manos y me colgaron boca abajo durante una semana, interrogándome y golpeándome continuamente. Cuando me desmayaba tiraban agua sobre mí para que recobrase el sentido y poder seguir golpeándome un poco más. Después me encadenaron durante un año, que pasé con grilletes en las piernas. Más adelante me metieron en un agujero en el suelo y me obligaron a vivir sobre mis propias heces, en completa oscuridad, durante nueve meses… El resto de los presos y presas sufrían la misma suerte que yo.”


Cuando empecé a buscar documentación para mi novela, sobre la situación del Tíbet, no me imaginé que me encontraría con casos como el de Ani, Palden, Jigme y tantos otros presos políticos, hombre y mujeres, cuya historia me conmovió profundamente.


En el Tíbet, cualquiera que se atreva pronunciar una palabra sobre los derechos humanos de los tibetanos, el Dalai Lama o la independencia del país es encarcelado y puede terminar en la prisión de Drapchi, la que tiene fama de ser la más dura del Tíbet por la crueldad de sus carceleros.

Prisión de Drapchi
Drapchi situada a pocos kilómetros de Lhasa, originalmente fue construida como una guarnición militar, pero los chinos la transformaron en una prisión después de la insurrección tibetana de 1959. Por ella, a lo largo de los años, han pasado miles de presos políticos, todos ellos sometidos a torturas y malos tratos. Actualmente sigue abierta. Tiene una población estimada de 1.000 presos, de los cuales unos 600 se cree que son presos políticos (entre hombres y mujeres) de edades comprendidas entre los 18 y los 85 años.


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