Puede que el
color de nuestra piel no sea el mismo, que hablemos un idioma diferente, que no
creamos en las mismas cosas, que nuestros sueños no tengan nada que ver. Puede parecer
que somos tan distintos… Y sin embargo yo se que tu y yo, en el fondo, somos
iguales. Tengo que confesarte que no te
veo como alguien lejano a mí, aunque no sepa quien eres, aunque nunca te vaya a
ver. Es más, te aseguro que te quiero. Mi verdadera familia se llama Humanidad
y en ella estás tú, en ella estamos todos.
Se que normalmente
haces lo que crees mejor para “nuestra familia” aunque, a veces, sin pretenderlo,
perjudiques a los demás. Cuando te miro comprendo que no siempre te das cuenta
que tu familia también está formada por la persona que va contigo en el metro, el
periodista que te da las noticias, los que se sientan a comer en la mesa de al lado
en el restaurante, el que se cruza contigo en cualquier tienda, la mujer que siempre te encuentras cuando vas a
pasear al perro, el que grita pidiendo justicia en cualquier parte del mundo,
los que van en una patera y mueren tragados por el mar, aquellos que no saben defender sus ideas sin
empuñar un arma, el que lucha cada día
por sobrevivir, el que muere de hambre, el que muere de pena, aquellos que viven
para hacer felices a los demás, el que no para de buscar su propia felicidad,
el que no sabe reír, el que no sabe llorar...
Porque si
pudieras ver, como yo lo veo, que formamos parte de una misma familia, respetarías
a todos los demás por igual y no les juzgarías sean como sean, vistan como
vistan, hagan lo que hagan, digan lo que digan. Procurarías que también
tuvieran trabajo, un techo que les cubra, un plato de comida en la mesa, medicinas
y atención médica, educación, libertad, dignidad. Tendrías en cuenta no solo
sus necesidades físicas, sino también sus necesidades emocionales. Les querrías
y les cuidarías de la mejor manera que pudieras. Y quizá te pasaría, como me
suele pasar a mí, que te sentirías impotente la mayor parte de las veces por no
poder hacer más por ellos, por no poder demostrarles lo mucho que les quieres y
cuanto te gustaría que ellos también fueran felices.
Puede que no
te lo creas, pero el paso fundamental para conseguir que este sea un mundo
mejor para todos, empieza por algo tan sencillo como que tú seas capaz de darte
cuenta que tu familia se llama Humanidad.
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